Desde que en 1991 se estrenara Farmacia de Guardia en España hemos tenido que aprender a convivir con cientos de productos (con su marca a la vista) en las series de televisión. Dejando a un lado los derechos de los espectadores y su capacidad para decidir (a lo que dedicaremos otra entrada) nos vamos a centrar en el papel del producto en la narración.
Comienza a no ser extraño ver novelas o películas que giran en torno a una marca. A nadie se nos escapa que “Desayuno con diamantes” (Breakfast at Tiffany's) o “El diablo se viste de Prada” (The Devil Wears Prada) seguirán trasmitiendo los atributos de las marcas aunque esas casas desaparecieran haciendo la la leyenda perdurara (admito que más en el caso de la primera que de la segunda) (en la segunda está más presente Hermés que cualquier otra casa).
Lo que está claro es que tanto el cine como la literatura tienen su punto de origen en la realidad. Si esto es así (y lo es) estarán influenciados por los cambios sociohistóricos de los momentos que representan. Así, dado que el pasado siglo puede ser considerado como “El siglo de las marcas” por que éstas han pasado a representar un papel fundamental en la construcción del individuo como ser social, las marcas tenían que adquirir protagonismo en las representaciones de la realidad.
Ahora que James Bond va a abandonar Brioni por Tom Ford (Un nuevo golpe del texano) es bueno recordar que ya en 1959 Ian Fleming nos narraba: “El coche era del parque. Le habían ofrecido un Aston Martin DBIII o un Jaguar 34. El había cogido el DBIII”. Este extracto pertenece a la novela Goldfinger y nos obliga a preguntarnos qué sería del agente doble cero (nada que ver con marruecos) sin sus marcas.
La respuesta es clara: Sería mucho menos de lo que es.
Y la razón es evidente. Las marcas permiten en una sola palabra explicar aspectos del personaje y de la trama que exigirían muchos minutos para ser desarrollados.
Comienza a no ser extraño ver novelas o películas que giran en torno a una marca. A nadie se nos escapa que “Desayuno con diamantes” (Breakfast at Tiffany's) o “El diablo se viste de Prada” (The Devil Wears Prada) seguirán trasmitiendo los atributos de las marcas aunque esas casas desaparecieran haciendo la la leyenda perdurara (admito que más en el caso de la primera que de la segunda) (en la segunda está más presente Hermés que cualquier otra casa).
Lo que está claro es que tanto el cine como la literatura tienen su punto de origen en la realidad. Si esto es así (y lo es) estarán influenciados por los cambios sociohistóricos de los momentos que representan. Así, dado que el pasado siglo puede ser considerado como “El siglo de las marcas” por que éstas han pasado a representar un papel fundamental en la construcción del individuo como ser social, las marcas tenían que adquirir protagonismo en las representaciones de la realidad.
Ahora que James Bond va a abandonar Brioni por Tom Ford (Un nuevo golpe del texano) es bueno recordar que ya en 1959 Ian Fleming nos narraba: “El coche era del parque. Le habían ofrecido un Aston Martin DBIII o un Jaguar 34. El había cogido el DBIII”. Este extracto pertenece a la novela Goldfinger y nos obliga a preguntarnos qué sería del agente doble cero (nada que ver con marruecos) sin sus marcas.
La respuesta es clara: Sería mucho menos de lo que es.
Y la razón es evidente. Las marcas permiten en una sola palabra explicar aspectos del personaje y de la trama que exigirían muchos minutos para ser desarrollados.
1 comentario:
Hoy comentan que quizás Sean Connery haga de malo en James Bond...
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